Mi hija es un portento

Mi hija no para. Va a terminar COU y ha puesto sus ojos en dos carreras, Filosofía y Medicina. No es que dude entre estudiar uno u otra. Piensa acabar las dos. Ya terminó solfeo y va por séptimo de piano. Recibe clases de inglés en una academia y, no contenta con todo ese tráfago de su mente, ha hecho un curso de taquimeca y otro de informática. 

Sabe que gato con guantes no caza ratones y el otro día se me abrieron las carnes cuando me comentó que el idioma alemán está lleno de futuro. No voy a tener más remedio que pedir la ampliación del tajo en este periódico y ser un poquito más comedido en el Ministerio de Cultura, no vaya a ocurrir que por una palabra loca me expedienten y mi hija no pueda completar su formación con catorce cursillos complementarios más. 

Me ha hablado de que cuando termine las carreras -a lo peor necesita otra- se va a Estados Unidos a hacer un máster. Como decía Quevedo no basta con saber dónde está el tesoro; hace falta trabajar y sacarlo. Yo siempre he creído que el trabajo es el refugio de los que tienen poca imaginación. Pero mi hija es más práctica y parece que le ha hecho caso a Rodin, a aquello suyo de que no basta con trabajar, sino que es preciso agotarse todos los días con el trabajo. 


Semejante suplicio de deporte lo llevó a las últimas consecuencias de masoquismo un poeta, quejoso de cansarse solamente si el trabajo intenso en algo remitía. Hay gente pa tó, como respondió el torero cuando le aseguraron que Ortega y Gasset era filósofo. ¿Será mi hija así, tan rara y masoquista, o será que conoce el paño y simplemente es previsora? La segunda posibilidad me la planteé ayer, frente a la tenebrosa noticia de que hay cerca de 18.000 licenciados en paro. E instado por la duda, hoy le he dicho: «¿Niña, tú qué pretendes con tanto diploma inútil como te traes entre ceja y ceja?». 

Y me he dado cuenta de que necesita estudiar más todavía, hasta la extenuación, al enterarme que piensa hacer oposiciones a limpiadora de un Ministerio cuando termine todos los estudios. No es un consuelo deducir que, al par que friegue, recitará a Shakespeare en vez de cantar las coplas de Rafael de León.

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