La casa de las drogas

De todos los puntos donde se trafica con droga, puntos localizados por la Policía e incluidos en un informe como «zonas de alto riesgo», hay al menos diez que sitúan la «meca» del naro-tráfico en poblados chabolistas. Se produce la dicotomía esperpéntica del poder y la miseria unidos en el interior de una cochambre. El polvo blanco y millonario de la heroína se esconde bajo las paredes de cartónpiedra, entre el barro de la pobreza, protegido en plástico de la humedad, a salvo de las ratas que en las chabolas lo husmean todo, hasta la droga. No hay zonas más apestadas por la miseria en Madrid que el Rancho del Cordobés, el Cerro de la Mica, la carretera de Vicálvaro, la avenida de Guadalajara o Pan Bendito.



En estos barrios el chabolismo clava sus aguijones de pobreza lacerante, donde sobrevivir es un reto que despierta con cada amanecer, donde se muere por olvido, por enfermedades casi erradicadas unos metros más allá de la urbana civilización de Madrid. Y en estas zonas de pudedumbre, la droga ha encontrado un templo para el dinero y la muerte, para convertir el polvo blanco en oro fino, a veces en oro de pocos quilates y muchos gramos de peligro. Hace unos días apareció droga en una chabola de la zona llamada Pies Negros. No es, ni mucho menos, el primer caso. En la avenida de Guadalajara esto suele ocurrir con alguna frecuencia. En tomo a este poblado de chabolas han encontrado la muerte algunos jóvenes, acompañados de una aguja hipodérmica en el último viaje hacia el éxtasis sin retomo. Allí, cerca de las chabolas de la avenida de Guadalajara apareció marchito el cuerpo de aquel chaval, «Pirri», que el programa de Tola elevó a la fama y que la droga hundió en el pozo de la muerte, cerca, muy cerca, de las chabolas de la avenida de Guadalajara, donde tantas veces había ido a comprar el polvo blanco. Aquella noche el «Pirri» se metió un «pico» con mucha mierda y escasa pureza, porque, como decían sus «colegas», en las chabolas de la avenida de Guadalajara se vendía «mucha mierda».

Un día alguien pensó que en las chabolas, en el vientre de la miseria, en los intestinos sociales de la ciudad de Madrid, se podría camuflar la droga, como la camuflan muchos traficantes en sus propios intestinos para burlar a la policía aduanera. Y entre la pobreza del suburbio corrompido por la marginación, quedaba un nido para el polvo blanco de la heroína. Algunos cambiaron el negocio de la chatarra y el cartón por el de jugar al escondite de la droga. Y esos templos del narcotráfico tenían decorados de Buñuel y entrañas doradas. Todos saben dónde está la droga, pero nadie se atreve a meter los pies en el barro de las chabolas.

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