Una vida dedicada a la cámara

Juan Antonio Rodríguez era la primera vez que se lanzaba a una aventura fotográfica en un país en el que los tiros y el olor a pólvora se está convirtiendo en el alimento diario de sus habitantes. Se fue ilusionado, se fue con ganas de triunfar en un terreno en el que estaba empezando. Había salido a cubrir las elecciones chilenas, pasando por Paraguay; quería realizar un reportaje sobre el canal de Panamá. Al enterarse que la visita a este país iba a ser por otro motivo, todavía se ilusionó más. No era un aventurero, pero seguro que había tenido ganas de presenciar y retratar algún tipo de aventura. Era su primera vez, y poco se iba a imaginar que no volvería de esta aventura. Un extremeño (de Casillas de Coria) con corazón vasco que triunfó en Madrid. Su andadura profesional la comenzó en el País Vasco con 23 años trabajando como fotógrafo en Bilbao en el diario Hierro de Bilbao, colaboró en Tribuna Vasca y en Deia. De ahí pegó el salto y fue a Madrid, a la agencia Cover. Alternaba su trabajo en la agencia con el de la Universidad Menendez Pelayo, de la cual se convirtió en el fotógrafo oficial.



Según manifestaban sus compañeros de trabajo, Juancho era un entusiasta de la profesión, era un excelente fotógrafo de prensa. Pero no tenía más afición que la fotografía, retratar la verdad de la vida, ésta era su única afición, su única pasión y la que le ha hecho perder la vida cuando empezaba a trabajar en un terreno nuevo, en un terreno que había estado esperando durante toda su vida. Persona independiente, autodidacta, su cultura la profundizaba él mismo, la lectura le inspiraba. Era un verdadero experto en temas humanos. Hacia allí iban dirigidos todos sus esfuerzos. Temas como los travestis, la margen izquierda de la ría de Bilbao, los españoles de América... Estos era la clase de temas que a Juancho le preocupaban, los temas que a la gente corriente le preocuaban, a Juancho le interesaban y lo intentaba transmnitir mediante su fotografía, con la mejor manera que tenía para comunicar sus sentimientos, de motivar a los ajenos al tema. Grandes premios de fotografía le avalan como un excelente profesional de la prensa. Sus compañeros recuerdan como sus trabajos hicieron cambiar la concepción y las bases de un premio fotográfico del Ayuntamiento de Barcelona. En una de las ediciones el tema era sobre cualquier cosa que puediera tener relación con lo urbano y Juancho, en un afán por llegar a la sensibilidad que él poseía con los temas humanos, presentó un reportaje sobre los travestis del Paseo de la Castellana. El jurado dudaba si se ajustaba al tema del concurso. El premio lo ganó. El siguente año el tema cambió: la urbanística, y no lo urbano.

Los que le conocían sabían su exigencia con el trabajo, con el suyo. Quería ser perfecto, la mejor fotografía, en el mejor momento, con la mejor luz... Todos admiraban su profesionalidad, todos le consultaban en el trabajo, todas las fotografías contaban con su opinión. Un compañero suyo nos comentó que cuando le dijeron que en Panamá estaban en situación de guerra, lo acogió con más ganas. Su gran profesionalidad. Una persona independiente. La gente le quería, querían trabajar con él, su profesionalidad era envidiable. Respetado como persona, como fotógrafo. Impactó su viaje a Estados Unidos donde estuvo realizando un reportaje fotográfico sobre la vida de los españoles en este país. Nuevamente su auténtica cara, la cara humana. Su intención era publicar un libro. Estaba preparando algo para el 92 sobre Iberoamérica, le entusiasmaban los países iberoamericanos. No se imaginaba que lo que le ilusionaba iba a ser lo que le iba a hacer perder la vida.

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