La leche está frita

Oyendo a los hombres, dejándose juzgar por ellos, pero sin plegarse a unas dictaduras de opinión, de valor, de eficacia que no son las del evangelio.Hay que volver a recordar que el evangelio es la más bella, a la vez que la más escandalosa noticia. Hay que asumir y soportar gozosamente ese escándalo de la cruz. Pero a la vez diferenciarlo de los escándalos que los pecados, olvidos, límites humanos de la propia Iglesia llevan consigo.


La política es el arte de vivir al día y sólo acepta o aplaude lo que al día aporta. la Iglesia es la institución que quiere enseñar a los hombres a vivir en cada día abiertos a la eternidad; que les da memoria del origen, para que no se agoten en el instante; que les da horizonte del futuro para que no se plieguen a quienes quieren instaurar ya el reino de Dios en la tierra. Esa ancha memoria y esa radical esperanza hacen a la Iglesia sospechosa para toda cultura y política con pretensiones absolutistas. «Memoria peligrosa» y «esperanza peligrosa» nacidas de una confianza absoluta en el evangelio, de un amor radical a Cristo, de una pasión por el hombre entero.La Iglesia debe tener una mayor confianza en sí misma, confianza humilde no erguida y distanciada; confianza que la obliga a pensar, a ensanchar su vida; a crear comunicación y diálogo; pero en libertad, no en plegamiento, ni en obsesión de eficacia inmediata.La Iglesia debe vivir más para la sociedad real y menos para el poder, el gobierno, la prensa, los dueños establecidos. 

Debe denunciar esa «sustracción de la sociedad viva» por los poderes establecidos; la domesticación ideológica a que estamos sometidos, la carencia de iniciativas intermedias, la pasividad y acomodación de las conciencias, la falta de libertad ejercitada en ilusión y en riesgo, en compromiso y apuesta. La libertad se puede perder porque nos la sustraen o porque no la ejercitamos, por falta de lucidez intelectual o de ejercitación moral.

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