Urdangarin, el duque sordo

EI nútil para el Servicio por sordera completa». Así fue catalogado Ignacio Javier Urdangarin Liebaert, por el Hospital Militar de Barcelona en un Informe fechado el 27 de febrero de 1995. «Inútil» es toda «aquella persona no apta para el servicio militar», según la definición de la RAE, admitiéndose una segunda acepción al término: «aquél que no puede trabajar o moverse por impedimento físico».

Dos circunstancias difíciles de encuadrar, tanto por la envergadura de este mocetón, 1,97 metros de altura y 97 kilos de fibra muscular, como por su biografía de éxitos deportivos. Oficialmente, así pues, el duque de Palma es sordo como una tapia. Aunque, en realidad, Urdangarin se hizo el teniente para librarse del servicio militar obligatorio -la ya por entonces desprestigiada mili- al inicio de la década de los 90. (La equiparación del término «teniente» con la pérdida de capacidad auditiva, tiene su origen en la leyenda castrense que atribuía «oídos sordos» al mando intermedio del Ejército respecto a las reclamaciones de la tropa).

Hoy relatamos lo que quizá fue la primera corruptela administrativa del duque: su exclusión del servicio militar por sordera profunda. Ya era un deportista consagrado. Sus malas notas académicas, sus cates [ver Crónica del 31 de diciembre de 2011], sonaban muy diferentes a su larga carrera de pelotazos como jugador de balonmano. Porque desde los 6 años lleva el marido de la infanta Cristina practicando deporte de manera intensiva. Aunque nació en Zumárraga (Guipúzcoa) casi toda su juventud la vivió en Barcelona.

El próximo domingo 15 de enero cumplirá 44 años. Pertenece, por tanto, a la quinta de 1968. A los 16 años se trasladó a Vitoria, regresando a la Ciudad Condal dos años después para desarrollar su carrera deportiva como jugador del F.C. Barcelona. En este club jugó hasta su retirada en el año 2000. También fue integrante de la selección española desde 1986, participando con el equipo nacional en los Juegos Olímpicos de Barcelona'92, Atlanta'96 y Sidney'00. Su curriculum está galardonado con más de 53 títulos y medallas para nada inútiles.

¿Cómo pudo alegar un deportista de élite una sordera completa y ser aceptada ésta por la Medicina Militar? ¿Qué tipo de pruebas médicas se le practicaron para excluirle de la mili? ¿Puede un sordo total practicar deporte de alta competición? ¿Se tenía conocimiento de esta minusvalía cuando se anunció su compromiso con la Infanta Cristina en 1997? De esa fecha queda en su expediente un último documento.

Ahora se sabe que el extraño caso del sordo Urdangarin llamó la atención desde el principio. Tanto es así que en marzo de 1997, dos años después de su declaración de inutilidad (coincidiendo con el anuncio de su compromiso oficial con la Infanta Cristina), la Dirección General de Reclutamiento del Ministerio de Defensa reclamó al Centro de Barcelona toda la información que existiera sobre este asunto. Apenas un mes después, el 3 de abril de 1997 se remitió a Madrid todo su Expediente Personal.

Los documentos, con membretes y sellos del Ministerio de Defensa, reflejan que fue declarado apto para el servicio militar obligatorio en 1992, siendo sorteado y destinado a Ceuta. Un año después, justo antes de tener que incorporarse a filas, se presentó una solicitud firmada por el actual duque de Palma -con aportación de informes médicos particulares- donde se solicitaba la exención por padecer «sordera completa». Según esos certificados sufría una «hipoacusia bilateral en evolución» consecuencia de haber padecido un «antecedente traumático que había afectado a los oídos».

Los facultativos del Hospital Militar de Barcelona le realizaron, el 11 de enero de 1993, pruebas de audiometría, entendiendo entonces que su perfil no era suficiente para declararle «inútil total», pero tampoco «apto» para la mili. Se le concedió una exención temporal sujeta a una posterior revisión, quedando su situación militar «pendiente».

Tuvieron que pasar dos años más, 27 de febrero de 1995, para que la sordera de Urdangarin se hiciera terca como una mula. Iñaki presentó un nuevo informe médico donde se certificaba un empeoramiento en su audición. Los médicos militares no hicieron más que ratificar lo que el mozo les presentaba y así declararon su exención, ya definitiva.

Cuando en 1997, por orden del Ministerio de Defensa, se revisa todo el expediente, el responsable facultativo escribe con su puño y letra: «El informe fue de exclusión total pues sensiblemente había empeorado su audición. Quizá hubo algo de exageración, pues hasta los sordomudos exageran, Si lo preferís (mi coronel), se le puede revisar de nuevo». No fue necesario. Hasta aquí llegó el celo administrativo. Urdangarin se casó con la Infanta y se libró de vestir el uniforme de legionario en Ceuta. Su camino fue otro. En la boda se ve a la novia susurrándole al oído izquierdo.

Crónica se ha puesto en contacto con un médico otorrinolaringólogo, coronel retirado del Ejército, para intentar descifrar las claves de este desatino. Este facultativo recuerda que en esos años las estadísticas de Defensa ya apuntaban a que casi uno de cada 10 varones españoles se libraba del servicio militar por enfermedad o defecto físico. «Es imposible que España tuviera una juventud tan lisiada o tan enferma», apunta. «Lo cierto es que la mili no tuvo nunca una buena prensa entre los jóvenes. Se tuvo que ceder también ante la avalancha de objetores de conciencia y, en 2001, el Gobierno de Aznar suspendió la mili».

Para este médico militar «los datos de tanto inútil en el Ejército ponen en evidencia que el sistema de pruebas y el cuadro de exclusiones médicas era demasiado permeable...». Sobre lo sucedido con Urdangarin, no quiere manifestarse. «No puedo entrar a valorar algo que desconozco». Desde la Federación de Sordos de Madrid, un portavoz, nos aclara más cosas respecto a estas pruebas: «El mundo de los sordos es muy heterogéneo. Existen sorderas prelocutivas y postlocutivas. Un accidente traumático entraría en el segundo caso».

«Lo que miden las pruebas de audiometría es el grado de pérdida auditiva. Hay muchas clasificaciones, pero las más sencillas establecen tres categorías: la sordera ligera, pérdida de 20 a 40 decibelios (dB), se puede hacer una vida normal; la media, pérdida de 40 a 70 dB, se necesitan aparatos auditivos junto a la labor de médicos y logopedas, y la sordera profunda, pérdida de 70 a 90 dB) que necesitan de ayuda médica y asistencia social». Al trasladarle los resultados de la audiometría del expediente de Urdangarin: media de pérdida de 28 decibelios en el oído derecho y de 23,3 en el izquierdo, nuestro especialista lo tiene claro: «Para nada se trataría de una sordera completa. Estaríamos en el primer caso de pérdida auditiva ligera. Para llevar una vida normal no tendría ningún problema».

Ha existido la leyenda del trato de favor que recibían los deportistas de élite, para hacer más llevaderos los meses de cuartel y no truncar su carrera deportiva. «Eso era así, sobre todo con los jugadores del Barcelona y del Real Madrid», responde con rotundidad un prestigioso representante de jugadores. «No se conoce el caso de un jugador importante de estos dos equipos que haya realizado una sola guardia. Se hacían milis a la carta aprovechando la instrucción de los meses de verano y después se les adscribía a destinos cómodos, para que el domingo estuvieran en el Nou Camp o en el Bernabéu».

Preguntado por casos parecidos a los de Urdangarin, nos confirma que no era lo habitual: «Algún caso hay de deportista declarado inútil por pies planos que luego se calzaba las botas de fútbol. Pero en el alto nivel esto cantaba demasiado». Respecto a si conoce algún antecedente de deportista sordo que compitiese en la élite nos relata una anécdota: «En 1984 un jugador yugoslavo del Rijeka, de nombre Desnica, fue expulsado en una eliminatoria de la Copa de Europa en el Bernabéu por insultar al árbitro ¡Y era sordomudo! El Madrid acabó jugando contra ocho y aquel jugador se entendía con sus compañeros por las miradas y su intuición».

La verdad es que a Urdangarin no se le ha visto, ni notado en competiciones deportivas, actos públicos y familiares ningún tipo de minusvalía auditiva perceptible. Se le ha visto conversar alegremente con el rey y la reina, escuchar atentamente al príncipe Felipe y susurrar con complicidad a su mujer. Todo hasta que estalló el escándalo. Ya en 2006, desde la Casa del Rey se le instó para que abandonase sus peculiares actividades lucrativas. Allí sí hizo oídos sordos. El pasado mes de noviembre Iñaki se trasladó a la Zarzuela para mantener una reunión con el rey y el príncipe. Parece ser que el nivel de la conversación fue «subido de tono» (don Juan Carlos sí padece problemas de audición motivados por su afición a la caza). Incluso se ha comentado que alzando la voz el marido de la infanta Cristina llegó a responder a sus requerimientos así: «Aquí todo el mundo hace lo que quiere, pues yo también».

Desconocemos si el 24 de diciembre en Washington, Cristina, Iñaki y sus 4 hijos vieron por televisión el mensaje de Navidad del abuelo. Allí reclamó «un comportamiento ejemplar de las autoridades públicas» y que «la Justicia es igual para todos». Quizá para no escuchar al rey lo tuvieron más sencillo: apagar o bajar el volumen del televisor. No hay peor sordo que el que no quiere oír.

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