Marlon Brando y su incapacidad de amar

Marlon Brando siempre se ha jactado de vivir a su aire, al margen de todo tipo de normas y reglas sociales, y de saltarse a la torera todas las convenciones habidas y por haber. 

Acostumbrado a mostrar los rasgos más orgullosos y soberbios de su altanero perfil, Brando se complacía en mostrarse como un desafiante rebelde salvaje, un vicioso de maneras brutales, un loco y brillante misántropo que disfrutaba empatando con confesiones tan provocativas como la vertida en los oídos de Truman Capote: «Mi problema fundamental es mi incapacidad total para amar a alguien». Desde muy joven, Marlon Brando se escudó tras su violenta coraza y rostro impenetrable para no dejar entrever su sufrimiento por una madre alcohólica a la que, desde niño, tenía que rescatar de infectos tugurios y arrastrar a casa en estado de semi-inconsciencia. 

El drama familiar, agravado por la indiferencia del padre, contribuyó a convertir al joven Brando en un misógino visceral que maltrató de palabra y obra a diversas mujeres a las que estuvo vinculado. La peor parte se la llevó su primera mujer, la actriz Anna Kashfi, la madre de su hijo Christian, un niño precozmente traumado por la encarnizada guerra que sus padres libraron por su custodia, batallas llenas de crisis de violencia e intentos de suicidio por parte de ella. Como suele ser frecuente en Hollywood, Kashfi se vengó escribiendo un libelo, «Brando for breakfast», repleto de insultos y en el que le acusó de homosexualidad al revelar la relación que el actor había mantenido con el realizador Christian Marquand.


Con su segunda mujer, la mexicana Movita Castañeda, mantuvo también una dura pugna por un hijo. La paz doméstica pareció llegar finalmente de la mano de la tahitiana Tarita, la mujer con la que vive desde hace treinta años, lo que no ha sido obstáculo para seguir teniendo relaciones e hijos con otras mujeres, como la también mexicana Cristina Ruiz que le obsequió el pasado verano con su décimo vástago. Otras víctimas mortales de Marlon Brando fueron las actrices Wally Cox y Pina Pellicer. Ambas habían trabajado y mantenido relaciones con él y las dos se suicidaron al ser abandonadas. 

El abogado del actor, Norman Garey, también puso fin a su vida por razones nunca aclaradas, y la estilista Anna Ford, que creó numerosos diseños para sus películas, murió asesinada. La única que se libró de milagro es Rita Moreno, la actriz portorriqueña de «West side story», que fue salvada en el último momento cuando intentaba poner fin a su vida al verse despreciada por el actor. Ahora, la desgracia vuelve a golpear al otrora violento y retador «outsider», que ya no es sino un anciano que contempla desde la impotencia cómo la silla eléctrica y los barbitúricos amenazan con arrebatarle a Christian y Tarita «Cheyenne», sus dos hijos más queridos.

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