La ilusión de los que esperan algo

ACABO de enterarme de la muerte, con tiro en la nuca y en un bar de la Parte Vieja de Donosti, del teniente alcalde de la ciudad, Gregorio Ordóñez. La tentación es lamentar las consecuencias del atentado. Evidentemente que es una tentación. Pero antes de caer en ella conviene detenerse en la muerte misma. Y condenarla como hay que condenar cualquier eliminación del adversario. Especialmente si la razón no es otra que la diferencia ideológica. Eso no sólo es un disparate. Es una inmoralidad. La tentación, sin embargo, persiste. La tentación de decir dos palabras al respecto.

No voy a entrar ahora en las motivaciones últimas de ETA. Me voy a circunscribir a lo que creo que tiene que ser la responsabilidad de un votante de HB. Y muy especialmente de un concejal, parlamentario o puesto político similar. Y más especialmente aún de la Mesa Nacional. Gregorio Ordóñez era un compañero político, un colega si por tal entendemos el contacto que se tiene con uno de los muchos grupos que se disputan el poder político. HB es un grupo que funciona como partido, que está legalizado y que entra, así, en relaciones de convivencia, por diferentes que sean las ideologías, con el resto de los partidos políticos. La Mesa de HB debe, por tanto, decir más que una palabra al respecto. Una palabra clara. Y una palabra que establezca la diferencia entre la vida política y la eliminación del contrario.

Por mi parte, he echado en falta dimisiones en el PSOE cuando el «caso GAL» ha mostrado una evidencia de responsabilidad política que les afectaba. Otro tanto sucede ahora. Es hora de dimitir si no se está de acuerdo con lo que ha sucedido. Es hora de tener la valentía de dar un paso que es muy simple: anunciar que se posee la suficiente independencia para juzgar un hecho. Y para condenarlo. Porque si de lo que se trata es de seguir luchando porque sólo así se gana, es como decir que se lucha para que no venza el esfuerzo democrático, la capacidad social, la movilización dura pero pacífica de los ciudadanos, los medios que poco a poco hay que ir instrumentando para lograr los objetivos que se deseen. Si de lo que se trata, en suma, es de emponzoñar, hacer un totum revolutum del que nada salga, para que cualquier cosa se perpetúe, y el pacifismo se vea como debilidad y la racionalidad como ceguera, entonces HB debe suscribir esto (y dejar de hacer análisis alguno, discusión con la gente y debate interno). De lo contrario, debe descolgarse de una vez por todas.
Algunos creíamos, después de las últimas elecciones, que algo cambiaba. Con la ilusión de los que siempre esperamos algo. Ahora ya sólo esperamos la dimisión. Solamente desde ahí se podrá construir algo.

Todo lo que digo, lo digo, una vez más, con escepticismo. Pero con la ilusión triste de quien espera que la imaginación y la vida se unan alguna vez para sacar a nuestro pueblo de la insensatez o de la llamada lógica de lo pésimo. Que no de lo peor. Todavía hay cosas peores que no tener razón. Una de ellas es habitar en la seudológica de no dejar que algo se vaya arreglando, no sea que así perdamos la llave de crear caos.

Lo dicho me hace, aunque desdiciéndome en parte de lo expresado al principio, entrar en las motivaciones de ETA. Supongo que una de ellas, y que es fundamental, consiste en que HB no se mueva. O si se mueve que deje de ser tal. Que quien se mueva, en suma, lo haga desde una órbita tal que pueda, rápidamente, ser reducido al cesto de los que hacen concesiones al enemigo. Así, que Elkarri condene el atentado no importa. O, mejor, su importancia reside en que confirma cómo se ha deslizado hacia el terreno del contrario, cómo ha traspasado una línea que, marcada a fuego, se establece entre los que están en la lucha y los que han claudicado de esa lucha. Una lucha total, sin matices, corta o larga, dura o durísima.


Es probable que San Anselmo se equivocara cuando decía que militia viene de malitia. Pero la equivocación no es tanta si vemos la malicia de cierto tipo de milicia. No tiene que haber fisuras. Y, sobre todo, no puede haber grados. Cuestión ésta no menos esencial. Cuando, precisamente, la vida de un movimiento liberalizador, por radical que sea, se mide por la capacidad de generar formas plurales y graduales de comportamiento político.
Es ésta, parece, una de las motivaciones de ETA. Una motivación que podríamos llamar interna. La externa, aquella que se concreta en la muerte -y en nuestro caso en el cadáver de Gregorio Ordóñez- estriba en no consentir movimiento recíproco en el Estado español. Si se hiciera transparente la verdad del repugnante «caso GAL», si la democracia, por deficitaria y decrépita que sea, saca la cabeza y muestra su mejor cara, entonces -eso deben de pensar- la lucha armada se tambalea. Al menos se tambalea como razón suprema, como la única solución a la que todo y todos tienen que someterse. Como núcleo que, con la fuerza de un arcángel o la astucia de un demonio, determinaría cualquier acontecimiento posterior.

Al final, todo es circular. Y todo es, conviene decirlo también, sospechoso. Tanta circularidad, tanta perfección en que nada cambie suena más que rara. Lo circular acaba donde empieza y empieza por cualquier sitio. Un pequeño desvío lo rompe. Por eso se vuelve, con tanta rapidez, al círculo. Por eso, nada mejor que jugar a checheno. Da igual ruso blanco que ruso negro. Sólo existe una verdad: nos atacan. Sólo existe otra verdad: respondemos. Cuanto más nos ataquen, más respuesta. Sin más mediaciones. Sin mayor reflexión.
Llegados a este punto, empezamos a pensar de nuevo que la lógica de la sospecha envuelve a ETA. Que es lo mismo que decir que va más allá de ETA. Es un mal más amplio. Es un mal propio de los que no quieren riesgos, no avanzan, no apuestan, no desean que la elegancia presida la defensa de los derechos que se dicen defender. ETA, así, se convierte en una pieza más de dicha lógica. Es una pena que no la rompan. Más que una pena es una desgracia. Porque la lógica de lo pésimo, pésima es. Para todos. Y, desde luego, para los vascos.

Comentarios

Entradas populares: