Actores que no son reales

También es cierto que es este un oficio de mucha responsabilidad, y en consecuencia de mucha tensión, mayor cuanto más envergadura tenga el personaje que se representa. Hoy por hoy los actores somos piezas indispensables para una película o una obra de teatro: los transmisores de lo escrito. En nosotros recaen los mayores éxitos y, por supuesto, también los más estrepitosos fracasos.Somos la envidia de los mortales, el glamour nos pertenece...y los escándalos también. Siempre hemos sido deseados (o deseadas).Y lo sabemos. Algunos controlan muy bien este status, y de él obtienen el máximo provecho de ello. Hacen bien. Sin embargo -y aquí me incluyo de lleno-, los actores y las actrices somos gente vulnerable, neurótica, insegura, siempre a expensas de lo que dirán o dejarán de decir los demás acerca de nosotros y de todo lo que nos rodea. A menudo recelamos de ciertos directores, que no siempre saben sacar lo mejor de nosotros, o de iluminadores que deberían hacernos parecer más jóvenes y más guapos, y que no siempre lo consiguen.

Esas inseguridades se agravan con la competencia feroz que se establece entre nosotros. Si en otros terrenos el intrusismo es preocupante, en el mundo del actor alcanza cotas inimaginables.Hoy en día cualquier espabilado o espabilada puede decir que es actor o actriz, y, a priori, ¿a ver quién le dice lo contrario?

Esa mezcla de presión y vanidad suele acarrearnos unas crisis de inseguridad que en ocasiones nos empujan a ser unos auténticos egoístas, con inverosímiles exigencias que llegan a amargar la vida de cualquier director o productor.


No quisiera que nadie malinterpretase mi opinión acerca de los actores en general. Me estoy refiriendo aquí a aquéllos realmente insoportables, sistemáticamente caprichosos, enfrentados permanentemente a los que les están proporcionando trabajo. (Como es muy probable que ninguno de los que lean esto se reconozca como tal, dudo que nadie se sienta ofendido.)

Recientemente se ha estrenado una película -por cierto que no la recomiendo- que se titula Simone. En ella, un director de Hollywood, harto de aguantar los caprichos de los actores, decide crear, a través de un complicado e incomprensible programa informático, una actriz virtual, que está tan bien hecha que nadie piensa que es irreal. La película triunfa y la actriz, Simone, despierta auténticas pasiones. El director guarda el secreto y explota su invento hasta lo inverosímil. Aunque la película es más bien floja, contiene un mensaje que me ha dado motivos para pensar que como los actores nos sigamos poniendo pesaditos con quien nos contratan, ¿quién nos asegura que los grandes estudios, primero, y nuestras productoras, después, no vayan a inventarse actores y actrices virtuales, mucho más baratos y menos veleidosos que los reales?

De hecho, están triunfando cada día más las películas diseñadas por ordenador. Son impecables. Por el momento, la mayoría es de dibujos animados: hormigas, ratones o simpáticos monstruitos que se mueven con tal perfección que nadie hecha de menos al actor real. Pero ya hay excepciones, como Final fantasy, cuyos protagonistas son dibujos de humanos, o Lara Croft, la exuberante heroína de videojuego (por fortuna, recientemente humanizada por Angelina Jolie).

Joan Gràcia, mi compañero de fatigas y por tanto actor como yo, con todo lo que esto acarrea, ya tuvo una idea parecida que superaba a la de Simone. En ella los principales y más conocidos actores y actrices de Hollywood eran suplantados por seres de ordenador que interpretaban sus escenas con un realismo tan sobrecogedor que el público no tardaba mucho en olvidarse de Stalone, Harrison Ford o Julia Roberts, por poner algunos ejemplos, y se convertía en fan de los de diseño informático. Al final los de verdad se revelaban contra lo que parecía inevitable: su desaparición.

Dios nos libre de que algo que todavía pertenece a la ficción llegue, algún día, a ser realidad. ¿Qué sería de nosotros, pobres estrellas indefensas y caprichosas, sin poder brillar en el firmamento cinematográfico? Bueno, a malas, siempre nos quedaría el teatro.Con permiso de las holografías, claro.

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