De pie y sin tacones, el culo le arrastra por el suelo
«Se vende. Finca C-3510», reza un cartel situado donde estaba la G2, los servicios de inteligencia de Noriega. «El Gobierno de César Endara cumple su programa de vivienda del Plan Panamá. 50 apartamentos modelo Begonia. Finca 4251», todavía se puede leer en un gran mural. Son las viviendas del nuevo El Chorrillo, con una superficie de 20 metros cuadrados para familias que pueden llegar a tener hasta diez personas.
El padre Arteta intentó protestar ante las autoridades por las nuevas condiciones de hacinamiento humano. «Los niños -explica- ven todo lo que hacen los padres». «No proteste, padre -le contestaron en el Ministerio-. La mayor parte tiene cero ingresos y les estamos regalando una casa por la que no van a pagar ni luz ni agua. No proteste, hacemos bastante». Javier Arteta considera que «se ha perdido una preciosa ocasión» para regenerar «este barrio pobre y marginal» al que se ha tratado «con cierto desprecio». El Chorrillo, resume el sacerdote vasco, «es una raza, con sus vicios y sus virtudes, una raza que se ha intentado romper».
Arteta, junto a otros religiosos de la Orden de la Merced, continúa realizando su trabajo social en el barrio y en la cercana prisión, que se salvó de la quema. Cuentan con un refugio de ancianos, un comedor que ya ha repartido tres millones de raciones, talleres, escuelas de formación profesional y un centro de acogida juvenil cuyo objetivo es frenar el alto grado de delincuencia. Aún estando prácticamente vacío el barrio, en comparación con lo que fue antes de la invasión, existen todavía seis bandas dedicadas al robo y la venta de droga: los Chockers, Mario Bros, Barraza, Calle 21, Pedro Obarrio y Tinny Toons. Esta última es la más numerosa, con 150 integrantes de 15 a 20 años y una regla juramentada: quien abandone la banda será asesinado.
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