El eslabón perdido
Ana Murillo, una joven de este nuevo barrio, a más de media hora de la ciudad, hace, mientras apura una cerveza, un repaso de las carencias que padecen: «Ni hay Policía, ni escuela, ni transporte ... En caso de accidente, no hay forma de llevar a nadie al hospital», se queja Ana. Ashton redondea la descripción: «Nos sacan de las cucarachas para ponernos a vivir con las culebras», recalca. Después se dedica a mostrar algunas de las joyas del poblado: acequias sin terminar que hacen las veces de alcantarillas y un parque infantil que describe jocosamente: «Pusieron seis llantas pintadas, dos columpios, tres balancines, ¡y eso era el parque para los niños!». Una mujer está sentada al sol en un cruce de calles sin asfaltar. Tiene cuatro hijos y, hoy, nada para comer.
Como ejemplo de lo que realmente se podría haber hecho con el dinero entregado por Estados Unidos expone el proyecto de autoconstrucción de Vaca Monte, donde, sin intermediarios oficiales, técnicos e ingenieros de la Iglesia Metodista lograron levantar con ese millón de pesetas casas con salón, dos dormitorios y baño, todo un lujo en comparación con la precariedad de las barracas de Santa Eduvige. «Si los norteamericanos han dado el dinero -insiste Ashton-, que digan públicamente a quién se lo han entregado».
Y mientras los desplazados recorrían este particular via crucis que dura ya un lustro, a los terrenos sobre los que una vez se levantaban sus casas les han ido saliendo «padres y padrinos», con títulos de propiedad de hasta el siglo pasado. Son los «rabiblancos», como llaman popularmente en Panamá a las personas acaudaladas, en busca de los pingües beneficios que se pueden conseguir con el nuevo plan urbanístico de El Chorrillo: bloques de cemento a los que solamente han podido acceder de forma parcial los antiguos moradores del barrio.
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