Más duro que salvar las diferencias ideológicas fue emular el acento y el lenguaje corporal de Margaret Thatcher, habituarse al peso de las pelucas o someterse a las sesiones de prostética y envejecimiento para salvar los 24 años de diferencia entre ambas.
«A las mujeres de izquierdas no nos gustaban sus políticas», admite Meryl Streep, en el papel impecable de La Dama de Hierro. «Pero en secreto nos emocionábamos con una mujer que lo había conseguido, y en el fondo pensábamos: si ha sucedido en Inglaterra, acabará sucediendo en Estados Unidos».
Como si se hubiera contagiado del coraje de la Thatcher, la actriz norteamericana quiso ponerse a tiro de los británicos, que no destacan precisamente por las críticas benignas. Dos meses antes del estreno mundial, Streep ha logrado la máxima bendición de la prensa conservadora, homenajeada incluso en un editorial del Times titulado astutamente Meryl and Maggie.
A falta del veredicto de la propia interesada, todo hace pensar que Meryl Streep ganará su nominación número 17 a los Oscar en el papel de «la mejor primera ministra o ministro desde Churchill» (palabras mayores del Daily Mail). Sus primeras declaraciones tras la presentación de la película han sido precisamente al tabloide que sigue haciendo apología diaria de la Thatcher, rendido ante la habilidad de una actriz norteamericana y de izquierdas para encarnar a la quintaesencia de la mujer conservadora y británica.
«Todavía no estoy de acuerdo con ella en cuestiones políticas», admite Streep. «Pero pienso que Thatcher creía en lo que hacía, que había en ella convicción y honestidad, y que no se trataba de una política cosmética y empeñada en agradar. Siguió fiel a todo en lo que creía, y eso es algo difícil de conseguir».
«Todavía sigue creando una fuerte división, pero lo cierto es que hoy en día no tenemos políticos con esa claridad», añade la protagonista de La Dama de Hierro. «En política, ahora mismo, todo son apariencias, y echas en falta gente que de verdad quiere encontrar una solución. Admiro en ella el hecho de ser alguien a quien no importa que la amen o la odien, un líder que dice 'Esto es lo que creo'... Nadie hace eso ahora».
Meryl Streep no meciona a Obama ni a Hillary Clinton, pero sus palabras denotan algo de la frustración de la izquierda norteamericana en estos tiempos que corren. De la misma manera que la «resurrección» de Thatcher hace que «David Cameron y otros parezcan como pigmeos» (seguimos con el Daily Mail).
La actriz que encarnó a Karen Blixen en Memorias de África o al alter ego de Anna Wintour en El diablo se viste de Prada, admite que el fantasma de Margaret Thatcher ha estado rondándola durante más de una década, pero que ha querido aguardar el momento propicio, con la directora adecuada (Phyllida Loyd, la misma que la dirigió en Mamma Mia) y con el firme propósito de no caer en la caricatura.
«Ha merecido la pena esperar porque hace falta una superestrella para encarnar a una superestrella», asegura la directora. «Hay un paralelismo entre una primerísima actriz y una líder política: hay que trabajar más duro y madrugar más que nadie. Además, Meryl contaba con ventaja de antemano: tiene los ojos azules y los pómulos altos... además de unas espléndidas pelucas».
Actriz y directora no pudieron contener una carcajada de complicidad cuando desvelaron el cartel de la película en el South Bank del Támesis. A la propia Streep -el pelo rubio y recogido, gafas de montura negra- le costó reconocerse en la mirada directa e inquisidora y en el aparatoso peinado del cartel rodante que anuncia ya el estreno The Iron Lady -el 6 de enero- en las calles de Londres.
«No sé si voy a soportar verme a mí misma a todas horas durante los próximos dos meses», confesó la actriz, a quien vemos en los primeros fotogramas en La Dama de Hierro en la piel de Thatcher en el 2003, tras la muerte de su marido (Denis), dejándose inundar por los recuerdos de sus años en el poder mientras ordena parsimoniosamente sus cosas.
Streep (62 años) advierte que no estamos exactamente ante una biografía de Thatcher (86), sino ante «una ficción histórica que se permite ciertas licencias», aunque haya diálogos y momentos -como la Guerra de las Malvinas- en los que ha habido un esfuerzo especial por guardar fidelidad a los hechos.
Contra todos los pronósticos,
La Dama de Hierro no es una mirada crítica al legado de la ex primera ministra, sino más bien un viaje apolítico al interior del personaje. «Vamos a ver lo mejor y lo peor de ella», advierte Streep. «La veremos brillar por encima de muchos hombres, 10 veces mejor preparada que todos ellos... Y veremos también a una líder que no tiene miedo a tomar decisiones, por mucho que puedan llegar a odiarla. Nadie puede negar que fue una mujer con agallas, y que pagó por ello un alto precio en su vida profesional y privada».
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