Esta semana hemos vuelto a ser testigos de la grandeza que es capaz de encerrar el espíritu humano. Fue el pasado jueves, cuando Sudáfrica celebró el XX aniversario de la liberación de Nelson Mandela.
Ahí estaba Mandela, en el Parlamento, un frágil anciano de 91 años. No ha perdido, sin embargo, la fortaleza interna de un hombre que pasó 27 años en la cárcel, y que al salir -aquel histórico 11 de febrero de 1990- prefirió perdonar y unir a una nación dividida por el apartheid antes que recrearse en la venganza. En 1993 fue premiado con el Nobel de la Paz. Un año después se convirtió en el primer presidente del país.
En 1994, cuando Mandela llegó al poder, Sudáfrica estaba al borde de la guerra civil. Una minoría blanca había reprimido a una mayoría negra prácticamente desde que en el siglo XVII los primeros holandeses desembarcaron en la costa de Ciudad del Cabo.
La película que ofrece mañana a sus lectores resume los esfuerzos realizados por el Gobierno de Mandela durante esos años para conseguir que blancos y negros -enfrentados a muerte- lograran perdonarse y aprender a convivir.
El filme -Red dust en su título original- está basado en la novela del mismo nombre de la escritora sudafricana Gillian Slovo. Cuenta la historia de una abogada criminalista (Hilary Swank), que vive en Nueva York y que regresa a Sudáfrica para defender a un diputado del Congreso Nacional africano (Chiwetel Ejiofor). El juicio en cuestión es especial: pertenece a los que se celebraron en el marco de la Comisión de Reconciliación y la Verdad, entre 1996 y 1998.
Esta comisión, presidida por el arzobispo Desmond Tutu, también Nobel de la Paz, operó de una manera muy singular. Condenó las atrocidades de los dos bandos y concedió la amnistía a unos y otros, siempre y cuando éstos dijeran la verdad sobre lo ocurrido.
Tierra de sangre, en castellano, tiene otras tramas. Más que la suerte del diputado defendido (Alex Npondo) -que fue torturado por el policía Hendricks durante 31 días-, lo que la abogada persigue es descubrir la verdad sobre un joven negro llamado Steven Sinzela y aún desaparecido. Sinzela fue torturado al mismo tiempo que Npondo.
También está la tragedia personal de Sarah Barcant, la abogada. Poco a poco vamos descubriendo detalles. Ella, a los 16 años, también estuvo en la cárcel. Su primer novio fue un chico negro. Su madre tampoco vive en Sudáfrica. Cuando se encuentra por primera vez con el siniestro capitán Muller, sabemos que comparte un doloroso pasado con su defendido.
La película de mañana tiene una triple coincidencia: el aniversario de Mandela, el enorme éxito del filme Invictus en todo el mundo y la acusación de prevaricación contra el juez Garzón en nuestro país. Así, nos ofrece de alguna manera especial material de reflexión por la Memoria Histórica.
Como tantos sudafricanos de esa generación, la autora de la novela tiene también un pasado difícil. Su padre, líder del Partido Comunista, pasó largos años en la cárcel. Su madre, una conocida periodista, fue asesinada en 1982. Pero como los protagonistas del filme, y como los sudafricanos en general, Slovo optó por el perdón y por el olvido.
Ésa fue la conclusión, también, del arzobispo Tutu, quien el 29 de octubre de 1998 entregó el informe final de la Comisión con las mismas palabras con las que acaba Tierra de sangre: «Tras haber mirado a la bestia a los ojos, tras haber pedido y recibido el perdón, cerremos la puerta sobre el pasado, no para olvidarlo, sino para no permitir que nos aprisione».
En su discurso, Tutu añadió: «Cogidos de la mano, negros y blancos marcharemos hacia el futuro, el glorioso futuro que Dios tiene para nosotros, y mirando al pasado nos comprometeremos a decir: ¡Nunca más!».
Por desgracia, 16 años después de que Mandela llegara a presidente, los problemas siguen acuciando al país. Entre 1993 y 2008, la desigualdad entre negros (el 80% de la población) y blancos (el 10%) ha aumentado. Jacob Zuma, el heredero de Mandela, se ha convertido en objeto de vergüenza nacional debido a su atribulada vida sexual (tres mujeres según los cánones de la poligamia zulú, una cuarta prometida y una amante que, a los 67 años, le acaba de hacer padre por vigésima vez).
Una trastienda personal inaceptable en un país de 50 millones de habitantes en el que seis sufren sida. Blancos y negros han aprendido a convivir, pero los retos de Sudáfrica son grandes. Mandela lo dice así: «He descubierto el secreto de que después de subir una alta montaña, uno se da cuenta de que hay muchas más que escalar».
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