Palomo cojo, trucha, bujarra, loca, pendejo, invertido... Maricón. Sal Mineo era maricón. O todo lo contrario. Él se confesó bisexual. De ahí no pasó. Lo que en vida no se atrevió, no quiso, no supo o, simplemente, no fue; de muerto, no le quedó otro remedio. Los muertos hablan demasiado bajito. Apenas se les oye. El 12 de febrero de 1976, un cuchillo le atravesaba el corazón. De un solo golpe, el «chico navaja», como se le apodó desde sus primeros pasos en pantalla, caía fulminado. Volvía del ensayo general de la obra de teatro que representaba en Los Ángeles. A las 21.00 horas, la niña Monica Merren oyó una voz.
«¡Dios mío, ayuda, por favor!». Sobre el suelo, Sal Mineo. Desde ese preciso instante, no ha habido biografía (la canónica es la H. Paul Jeffers), hagiografía, panegírico o comentario al margen que no haya sentido la necesidad de hablar de su homosexualidad. Sal Mineo, 37 años, maricón. ¿Sería un antiguo amante el que acabó con él? Ya se sabe, los maricas matan al anochecer. El morbo es el abono (o la mierda) de los mitos.
Hollywood, en definitiva, se maneja mal con los de su especie. Recientemente, el actor homosexual Ian McKellen se sorprendía de lo que allí ocurre: «El cine es la única parcela de la vida americana en la que no existe nadie abiertamente gay». Las declaraciones son de 1992. Poco ha cambiado desde los años 60 y más atrás. Es cierto que Richard Burton y Rex Harris interpretaron a una pareja felizmente casada en La escalera (1969). De la misma manera que William Wyler no tuvo empacho en hacer de Shirley MacLaine una lesbiana en La calumnia. ¿Y cómo olvidar a Marlon Brando en Reflejos en un ojo dorado o a Rod Steiger en The sergeant? Es más, William Hurt, Tom Hanks, Hilary Swank y Charlize Theron deben alguno de sus oscars a un personaje homo. Sin embargo, y esto es lo relevante, los cinco primeros pagan su culpa con el suicidio. Y los últimos mueren en pantalla asesinados (Hurt y Swank), ejecutados (Theron) o enfermos de sida (Hanks). Triste condición la del gay en el cine.
El mito de Sal Mineo nació a la sombra de James Dean. Su papel de Pluto en Rebelde sin causa hizo de él algo más que un simple actor. Dígase estrella, icono o algo peor. Las chicas vieron en él al animal herido necesitado de protección; los chicos, reconocieron en Mineo, probablemente a escondidas, la imagen más fiel de sus miedos y vergüenzas. Él, antes incluso que el mito trágico de Dean, se convirtió en el mejor motivo para la rebelión. ¿El primer adolescente gay de la historia del cine? Tiempo después, el propio actor se sintió en la necesidad de explicarse. ¿Amó a James Dean? «Entonces no entendía que un hombre pudiese amar a otro hombre. No comprendí que eso fuera posible hasta algunos años más tarde, pero entonces era ya demasiado tarde para Jimmy y para mí». En la película, Pluto es, finalmente, asesinado. Es el trámite necesario para que Jimmy (Dean) y Judy (Natalie Wood) vivan felices su amor correcta y limpiamente heterosexual.
Su papel de adolescente a brazo partido contra su condición hizo de Salvatore Mineo Jr. -con este nombre nació en Nueva York- un símbolo de una época. Corrían los años 50 y de su mano se preparaba la gran revolución de la década siguiente. Sal era el «chico navaja» en pie de guerra contra todo: los viejos tiempos, la tradición y los padres. Atrás quedaban sus primeros pasos en el teatro (debutó a los 11 años en una obra de Tennessee Williams en la que decía una frase: «La cabra está en el jardín»); en la televisión, y sus dos primerizas películas junto a Tony Curtis (Six bridges to cross) y Charlton Heston (La guerra privada del mayor Benson). Y aún más atrás ya no quedaba rastro de la pequeña humillación cotidiana por tener un padre dedicado a fabricar ataúdes y una madre empeñada en hacer que el chaval estudiara ballet. En el Bronx se llevan otras armas.
La fama de Mineo de adolescente arisco fue tal que un chiste de Bob Hope en televisión hizo que medio barrio de Bronx dejara de ir al colegio un día de 1959. «Chicos, mañana es el cumpleaños de Mineo, tómense el día libre», dijo el cómico. Y la muchachada se lo tomó. Su canción Start movin (cantaba con gusto) estuvo 13 semanas en el Top 40 y llegó a vender un millón de ejemplares de sus discos. Sal era el rey. Hasta que dejó de serlo. Sus reiterados intentos por escapar del molde de joven airado no tuvieron la repercusión que él deseaba. Sólo Éxodo, de Otto Preminger, consiguió ofrecer la justa imagen del actor que nunca dejó de ser. Como en Rebelde... fue nominado de nuevo a mejor actor secundario y como en Rebelde... la homosexualidad volvió a tomar protagonismo. Su papel en la cinta basada en el libro de Leon Uris es el de un judío que tiempo atrás colaboró con los nazis. Obligado a confesar su pecado, acaba por farfullar: «Me utilizaron, me usaron como se usa...a... las mujeres».
A mediados de los años 60, y tras participar en papeles tan folclóricos como el de indio en el clásico de John Ford El gran combate, la estrella de Mineo declinaba a medida que su rostro iba perdiendo sus rasgos aniñados. Cuenta Jeffers, su biógrafo, que fue entonces cuando empezó a hacerse asiduo del lado más salvaje de la noche; que fue en esa época de liberación de las conciencias cuando, por fin, aceptó su homosexualidad «polígama» («Descubrí el estilo de vida que me satisfacía; descubrí la libertad que siempre había soñado»), y que fue entonces cuando -game over- se arruinó.
Y junto a tanto descubrimiento (sexo, ruina y libertad), uno más: el teatro. Mineo se decide a dirigir por primera vez. Sobre el escenario monta la obra de John Herbert Fortune and men's eyes. Junto a un jovencísimo Don Johnson, el actor convierte la representación en casi una declaración de principios sobre sí mismo, sobre su talento y, ya que que estamos, sobre su condición. La prensa aplaude la obra, pero con reservas. En concreto, la escena de una violación es unánimemente calificada de «demasiado explícita». En el libreto de la obra, una dedicatoria: A James Dean.
Mineo ha alcanzado lo que buscaba: reconocerse más allá de la capa de maquillaje. Y tras varios papeles alimenticios (atentos a Huida del planeta de los simios), un nuevo viaje al teatro: en 1976 da vida a un ladrón bisexual en la comedia P.S. Your cat is dead. Triunfa en San Francisco y la obra se traslada a Los Ángeles. Tras el ensayo general, Mineo vuelve a casa. A las 21.55 horasel parte médico registra su muerte. Una sola cuchillada en el corazón del «chico navaja».
¿Asesinado en mitad de la noche? Cosas de maricas. Casi un año tardó la policía en dar con un sospechoso (Lionel Williams) al que finalmente, y tras un muy accidentado juicio, se le declaró culpable. Todo apunta que no hubo crimen pasional, ni venganza... ni cosas de maricas. Los palomos cojos, los truchas, los bujarras, las locas, los pendejos, los invertidos... los maricones como Sal Mineo mueren como todos: un día cualquiera en un sitio cualquiera el corazón deja de latir.
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