Ya lo mato yo papi.

Estoy seguro de que al español le hubiera gustado mucho el de la argentina donde podría confirmar, con un matizadísimo ejemplo, algunas de sus tesis. Marañón leía al romántico profesor ginebrino cuando estaba enfrascado en sus investigaciones en la clínica, en los libros, sobre la sexualidad y la intersexualidad y entraba en contacto con la obra de Segismundo Freud. No le entusiasmaba mucho Amiel como escritor, pero sí lo que en sus escritores había de confesión en el tema que a él le ocupaba. Borges le hubiera encantado -tal vez pudo alcanzarle en algo y no sé si conocerle en los triunfales viajes marañonianos por el cono Sur- aunque en sus deslumbrantes páginas no hubiera encontrado, o muy escasamente, materia para sus investigaciones. 

La suministraría ahora Elsa, con su gran penetración crítica en los textos borgianos y su impar testimonio de novia frustrada, amiga para siempre y confidente, inspiradora a veces, del autor de El Aleph; cuento a ella dedicado, antes consultado, como los otros relatos siguientes que dedica a otras mujeres de las que le rodearon. Porque, si lo mismo que Ernesto Federico Amiel, Borges estuvo siempre rodeado de mujeres, amado y suspirando por ellas; menos aquella con quien -¡oh, el modelo freudiano!- su madre y preceptora doña Leonor le casara.