La buscan los de Greenpeace para echarla al mar

Por cierto: No sé si alguien, en este hosanna por las mil columnas, lo habrá escrito ya, pero seria- imperdonable no decir que la badana sensible del corazón de Umbral sonaba, entonces, como un tambor alborozado en cuanto una docena de voces rompían con La Internacional. Por eso, por la bulla con que se le agitaba el corazón, tenía que apretar la mano en puño, en aquellas liturgias felices, recién paridas de la clandestinidad. El Umbral de ahora es un Umbral de blanco luto. Huérfano biológico de Enrique Tierno. Huérfano político de Santiago Carrillo. 

Huérfano ideológico de Marx y de Lenin y de sus gorbachovos sucesores. Huérfano utópico de todo cuanto alguna vez palpitó, sangre y oro, de rojerío insigne. Porque a Umbral, los rojos, o se le mueren, o se le travestizan, o se le secularizan reflotándose con Felipe González, casamansión en Puerta de Hierro y frigorífico para visones y astracanes. Pero él sigue ahí, alto, delgado, juncal, enhiesto como un mástil, profetizando a chorros lo que debería ser iay! un rojo legítimo, un rojo de ley. El sigue creyendo en los rojos. Como esos niños que aún creen en los reyes. Toda aquella orfandad y toda esta nostalgia hacen del Umbral macho, cínico e hiriente, un Umbral niño, ingenuo y doliente. Ah, es ese hondón de noble patetismo lo que, sin ninguna duda, me fuerza a quererle.

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