Dick Turpin
De todas las miradas, la fotografía, mágica revelada de la óptica instrumental, fija el momento de la furia de los hechos. La fotografía revela los instantes flotantes de una historia colectiva fragmentada, manipulable, descontextualizada; testigo siempre molesto o cómplice; quintaesencia simbólica de una realidad compleja y contradictoria. La instantánea es un tiempo pasmado, coagulado, algo que «ya no es»; un signo extraviado en el tiempo. La fotografía sólo se virtualiza con la mirada ajena. Y en esa virtualización de la mirada es cuando empiezan a cobrar sentido las lógicas que la atraviesan, la información (el infrasaber) que revela y los imaginarios que desencadena.
Hay en cada fotografía, como sugiere Barthes (La cámara lúcida, Paidós), un «eidos»; una impronta de muerte: la imagen laminar convierte al objeto o persona fotografiada en su espectro. La muerte en Kosovo ganó en 1991 el World Press Photo: un cadáver preside al escena rodeado de enlutados y dolientes parientes.
La composición estética de luces y sombras hermanaba a la fotografía con la pintura barroca. La realidad del dolor y la muerte se subsumía en la confusión de géneros artísticos. Sin embargo, el valor simbólico de la fotografía no reside ya en su asimilación al arte, sino en la rehabilitación del dolor y la muerte como premonición de la dramática locura colectiva en la que está inmersa la antigua Yugoslavia.
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