CineExin, el cine sin fiiiiiiiiiinnnnnnn
Grita ante el disparo la muchedumbre de la Puerta del Sol, vibra desconcertada la arteria de Alcalá con la tragedia voceada por los periodistas y aún más sonoro es el exabrupto escatológico del municipal aposentado en Fornos al advertir -más atento a sus intereses que a los de la nación, que en la vivienda situada enfrente del café, allí donde comparte tálamo y hacienda con esa andaluza de saliva más dulce que un sorbo de leche condensada a quien llaman madre dos niñas, acaba de entrar el botones del Palace con un ramo de flores enviado desde París.
No es prueba de adulterio, como se malicia el edil, sino la cortés contribución de Proust al decorado de la comedia de Benavente que se representa en la planta baja del edificio donde habita el concejal suspicaz quien, abrumado por la licenciosidad ciudadana y la inseguridad callejera, jura ante el perro Paco sin que caiga de sus labios la sucia palabra de Cambronne -imerde!- que no tolerará costumbres indecentes en ningún local de su distrito.
¿Conseguirá su propósito o, incapaz de rematar el empeño, transmitirá su malevolencia a quien le suceda en el cargo? Ajeno a la zafiedad de su entorno y convencido de que el arte sobrevive a los inquisidores, Marcel Proust continúa leyendo su novela a Jacinto Benavente en el número 102 del Boulevard Haussmann, esa novela que no conseguirá publicar en su integridad hasta el año de su fallecimiento, el mismo 1922 en que se concede el premio Nobel de Literatura a quien ahora le escucha sobrecogido.
Mi juguete favorito, lo vendían en la tienda de Paco el de Conchica, también vendían galletas María, en una caja grande.
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