El cine y sus consignas

La rutina no es un método aconsejable para encontrar perlas en la programación televisiva. El desdén ancestral por todo lo que su mentalidad considere rarito, minoritario o elitista, propicia el hallar la película más hermosa a las cuatro de la madrugada, o un documental espléndido en la segunda cadena y a la hora de la siesta. No creo que se planteen dudas sobre el tipo de público que consume semejantes exquisiteces. 

Su convicción de que este material de relleno no lo consume ni dios, propicia el que lo disfrutemos con más intensidad. El domingo ofrecieron un documental autocrítico y magistral, producido por la televisión norteamericana, sobre las consignas de Hollywood durante la segunda guerra mundial. A través de un montaje esmerado de las secuencias más significativas en el cine americano de esos años y del testimonio de sus protagonistas, nos ofrecía un panorama demoledor sobre la prostitución ideológica de las ficciones, del arte, de lo supuestamente concebido en libertad. Los grandes estudios establecieron una alianza con los políticos y con los militares para aportar su diezmo a la lucha contra el enemigo, para exaltar la belicosidad de los espectadores, para que la masa no tuviera dudas morales sobre la bondad de su causa. Los fanáticos, que maldicen a la poesía concebida como un lujo cultural, nunca han tenido reparos éticos en deformar la verdad en nombre del bien común.


Es tan detestable la actitud de un Goebbels como la del comisario cultural de la revolución más justa. Directores, guionistas, actores y estrellas, antidemagogos y antimaniqueos, demócratas convencidos, no tuvieron inconveniente en arrendar su talento a la exaltación nacionalista, el canto a los valores más reaccionarios, la descripción de otros seres humanos como lo más parecido al diablo, la justificación a las masacres apocalípticas de Hiroshima y Nagasaki. Los idiotas y los puros se escandalizaron con Lubitchs por realizar una comedia satírica sobre la barbarie de los nazis. To be or not to be seguirá deleitando e instruyendo dentro de cien años. De las mentiras al servicio de la verdad no quedará ni su fétido olor.

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