Y en la sobremesa
No puedo evitar un sobresalto cada vez que escucho la voz de Luis Mariñas. Desprende una energía excesiva, furor mantenido, desdén por las inflexiones. Supone una agresión para ciclotímicos, maníacodepresivos y demás gente de bien.

De vez en cuando, la fuerza intrínseca de determinadas imágenes consiguen emocionarte, pero muy difícilmente los comentarios que las ilustran. Hace un rato, esas imágenes mostraban la invasión de los guerrilleros salvadoreños al hotel Sheraton, y la nueva estrategia de los revolucionarios, consistente en tomar los barrios de la clase oligarca. La aviación gubernamental, que no duda en bombardear indiscriminadamente los barrios obreros, a la búsqueda de subversivos, ya no se atreve a soltar un petardo que pueda rozar la estabilidad doméstica de sus auténticos patrones.
A pesar de esas evidencias, la derecha internacional se atreve a definir la batalla de Centroamérica como un enfrentamiento entre demócratas y rojeríos extremistas. Para vomitar. José Antonio Segurado me devuelve la alegría de vivir en la tertulia de Hermida.
Ruega al periodismo que intercambie la crítica ácida con el elogio de la buena gente, afirma que en todo suicida habita un desequilibrado, se lamenta de la cantidad de puestos de trabajo que desapareceran si no encuentran al envenenador del agua mineral, y compara la sensación de un buen mitin con la de la mejor borrachera. Vuelvo a ser feliz.
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